El mundo deja atrás monedas y billetes, para abrazar un sistema de intercambios electrónico-digital, sin contacto físico basado más que nunca en la confianza. El dinero, tal como lo conocimos, se desvanece. Aquí la columna del abogado Ariel Heidenreich.
Desde pequeños, muchos guardaban monedas de distintos países como quien atesora fragmentos del mundo. Cada billete, cada pieza de metal, era un pedazo de historia, una promesa de lugares lejanos y tiempos que no volverían. Años después, empezaron a intuir algo que entonces les parecía lejano: que algún día esos símbolos palpables de riqueza y valor se extinguirían, suplantados por métodos invisibles de intercambio. La humanidad, que durante siglos confió en el peso de las monedas y en la tinta de los billetes, parece hoy dispuesta a dejar atrás ese legado milenario. Y con él, una parte esencial de nuestra relación física, casi ritual, con el dinero, y los argentinos en su mayoría con lo dólares siempre tan valorados…!
Resulta notable pensar cómo, durante más de 2000 años, los seres humanos construimos un sistema de intercambio basado en la confianza mutua en objetos de escaso valor intrínseco: un trozo de metal, un pedazo de papel. Bienes esenciales como alimento, refugio o herramientas cambiaban de manos gracias a esa fe colectiva que sostiene el andamiaje económico. Dos experiencias recientes me hicieron percibir que estamos atravesando un cambio de época, no de siglos, sino de milenios. Observe en un restaurante, que alguien quería pagar en efectivo. Para mi sorpresa, el mozo le explicó que no aceptaban “cash”, solo pagos electrónicos. Solo creían en la representación digital del dinero, en la promesa que un lector de tarjetas certifica en segundos. Un empresario conto que en Medio Oriente: intento cambiar dólares en hoteles, pero se encontró con un requisito inesperado. Solo aceptaban billetes de la última serie de impresión, los billetes más antiguos, aunque técnicamente válidos, ya no eran aceptados. Algo parecido a lo que hoy nos pasa en la Argentina con los comúnmente referidos como billetes “cara chica”, salvo que estos eran “cara grande”. Una postal de un mundo que avanza decidido, hacia la desaparición física del efectivo.
Vivimos en un sistema de confianza, no de billetes. Muchos dirán que eso es imposible, un engaño o una ilusión. Les tengo una noticia: es la misma ilusión en la que vivimos desde hace 2000 años.
Al fin y al cabo, así como los bancos centrales, desde la caída del acuerdo de Bretton Woods en 1971, (El presidente Richard Nixon suspendió la convertibilidad del dólar estadounidense en oro, lo que marcó el fin del sistema de Bretton Woods, que había establecido un tipo de cambio fijo con el dólar y su vinculación al oro. Este evento, conocido como el "Nixon Shock", llevó a la adopción de un sistema de tipo de cambio flotante, donde las monedas se fijan en función de la oferta y la demanda en el mercado) no tienen en sus reservas el valor equivalente a los papeles que emiten, los bancos privados nunca han tenido en sus bóvedas todo el dinero, en billetes, que reflejan los depósitos. Si todos los clientes quisieran retirar su efectivo a la vez, ni siquiera en épocas de estabilidad habría fondos suficientes. La ilusión de que el dinero físico respalda cada saldo bancario es tan vieja como el propio sistema financiero. En la Argentina ya vivimos nuestra versión traumática de esta realidad durante el corralito de 2001. Hoy, esa restricción tácita se ha vuelto global: podemos mover nuestro dinero digitalmente con libertad, pero parece que cada vez será más difícil convertirlo en algo tangible que sea aceptado para comerciar.
Hoy, bastan unos impulsos invisibles en una red para sellar acuerdos, para pagar deudas, para construir fortunas o sueños. El dinero, tal como lo conocimos, se desvanece. Ya no es necesario sentir el frío del metal en la palma ni alisar con los dedos un billete arrugado o acomodarlos cara con cara como hago yo, con los pocos que tengo, para calmar mi ansiedad, y saber que algo tiene valor. Hoy, bastan unos impulsos invisibles, para pagar deudas, para construir fortunas o sueños.
Quizás algún día alguien encuentre esta humilde nota olvidada y se pregunte, con extrañeza, ¿cómo era vivir en un mundo donde el dinero se podía tocar?
*Ariel Heidenreich
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