En el día de ayer nos dejó Raúl Chávez. Su cuerpo no resistió más. Presentó dura batalla hasta el final. Problemas de salud lo tuvieron contra las cuerdas, pero se resistió a abandonar. Falleció a los 79 años. Nos dejó físicamente, pero su legado está más vivo que nunca.
Prefirió resistir hasta lo último. Su vida era el gimnasio, las vendas, los guantes, las bolsas y la docencia. Fue un maestro del box y de la vida. No tenía títulos, pero sí muchas vivencias que supo adquirir y transmitir con mucha sapiencia.
Nació en el medio del monte en lo que hoy se conoce como Reserva Las Piedras. En aquellos entonces Colonia Oficial Número 8, dependiente de la Dirección General de Tierras. Fue en el medio de la naturaleza que dio sus primeros pasos en el marco de una familia numerosa. Padres correntinos que vinieron a trabajar al sur entrerriano. Joven decidió, como tantos probar suerte en Buenos Aires, donde comenzó a incursionar en el mundo del boxeo, un deporte que lo atrapó y formaría parte de su ADN.
Trabajó en el club Defensores del Oeste como empleado de la entidad en la cual cumplía distintas funciones. En el mismo club tenía su gimnasio de boxeo, que no solo fue un espacio para entrenar; también un escenario de grandes veladas del deporte de los puños, en donde sobresalió la presencia de Diego Izaguirre, uno de los pupilos de Chávez que incursionó en el profesionalismo. Resultaría injusto nombrar más boxeadores/as, porque, seguramente, varias quedarían afuera. En la despedida final de Chávez, deportistas que están en actividad, otros que colgaron los guantes hace un tiempo, dijeron presente, entrenadores, al igual que un hincha de Defensores del Oeste que visiblemente emocionado por el momento- como todos los presentes, depositó una camiseta sobre el féretro. Hasta siempre Raúl. Gracias por haber formado tantos pibes y darles un sentido a su vida.
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