“Los servidores de corazón suelen no destacarse, no sobresalir. Así sucede con los Diáconos. En muchas diócesis de la Argentina ha ido creciendo su presencia, logrando tener mayor comprensión de su vocación y misión…” Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo
Los servidores de corazón suelen no destacarse, no sobresalir. Así sucede con los Diáconos. En muchas diócesis de la Argentina ha ido creciendo su presencia, logrando tener mayor comprensión de su vocación y misión. Sin embargo, el proceso de su incorporación es más lento de lo esperable. Tal vez porque no hubo una catequesis adecuada, o el necesario cambio de mentalidad para abrirnos a las novedades del Espíritu Santo.
Hoy, 10 de agosto, se celebra al Diácono y mártir San Lorenzo que fue torturado y asesinado en Roma el año 258. Es el Patrono de los Diáconos. Por eso quise escribir estas líneas a todos los diáconos y compartirlas también con quienes son lectores y lectoras habituales de esta columna.
Queridos hermanos diáconos:
Con el corazón agradecido y lleno de afecto fraterno, quiero dirigirles estas palabras que deseo sean, al mismo tiempo, un reconocimiento y un aliento. Y lo hago públicamente para que toda la diócesis pueda renovar su estima por ustedes y dar gracias a Dios por su entrega silenciosa, fiel y generosa.
Ustedes son, en cada comunidad de nuestra Iglesia particular, el rostro de Cristo servidor. Son presencia visible de Aquel “que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida por todos” (Mateo 20, 28). En cada gesto sencillo, en cada tarea que abrazan con humildad, en cada servicio oculto, Cristo se hace presente en medio del Pueblo de Dios.
Forman parte de un orden diaconal que no es una mera estructura sino una verdadera fraternidad. Son hermanos que, unidos al Obispo y al Presbiterio, caminan juntos, se apoyan mutuamente y se enriquecen en la comunión. Qué importante es que entre ustedes cultiven la amistad, el diálogo, la oración común y el compartir de la misión. No están solos. El Señor los ha llamado a vivir su ministerio como parte de un cuerpo, no como piezas sueltas.
Su vocación diaconal está profundamente marcada por la misión evangelizadora. Son predicadores del Evangelio con la palabra y con la vida. En cada predicación, en cada catequesis, en cada acompañamiento a quienes buscan sentido y consuelo, ustedes anuncian que Dios no se olvida de sus hijos, especialmente de aquellos que la sociedad empuja a los últimos lugares. Su ministerio misionero tiene también el rostro concreto del servicio en la caridad, especialmente con los más frágiles y excluidos. Estar cerca de los pobres, de los descartados, de los que tienen la vida rota, de los enfermos, los angustiados, no es una opción; es el corazón del diaconado.
El emblema del diácono es Jesús lavando los pies a sus discípulos. Por eso siempre deben tener presente la palangana, la jarra y la toalla. Ustedes no son adornos litúrgicos, sino signos vivos de un estilo de vida: ustedes están llamados a ponerse de rodillas ante el dolor del otro, sin juzgar, sin pasar de largo, sin buscar protagonismos. ¡Cuánto bien hacen cuando escuchan, acogen, consuelan, levantan, y no se cansan de servir! Expresan y encarnan la dimensión samaritana de la Iglesia.
Quiero también alentar su vida familiar. La mayoría de ustedes ha sido llamado por el Señor en el seno del matrimonio, que es su primera vocación. Son esposos y padres que trabajan para sostener su hogar, que enfrentan desafíos cotidianos como cualquier familia. Gracias por ese testimonio silencioso. Gracias a sus esposas y a sus hijos, que muchas veces comparten con ustedes el tiempo y el corazón entregado al servicio de la Iglesia. A quienes viven el diaconado en celibato, también mi cercanía y gratitud, por hacer de su vida una entrega plena.
El querido y recordado Papa Francisco les dejó una gran enseñanza en febrero pasado, durante el Jubileo de los Diáconos en Roma: “su actuar concorde y generoso, de esta manera, será un puente que una el altar a la calle, la Eucaristía a la vida cotidiana de la gente; la caridad será su liturgia más hermosa y la liturgia su servicio más humilde”.
Queridos diáconos: no se cansen de formarse. La formación permanente no es una carga, es una necesidad. Nadie se las sabe todas. El que se pone al servicio debe tener siempre los oídos abiertos, el corazón en escucha y la inteligencia en búsqueda. La Iglesia no espera de ustedes que lo hagan todo, ni que sean reemplazo del sacerdote ausente. No son “curas de segunda” ni “ruedas de auxilio”. Su vocación tiene un lugar propio, hermoso e irreemplazable en el misterio de la Iglesia.
Como Obispo, me alegra caminar con ustedes. Me apoyo en su servicio. Los bendigo con afecto y rezo cada día para que el Señor los sostenga en su entrega, los anime en sus luchas y los renueve en la esperanza.
¡Feliz día de los Diáconos!
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